¿QUIERES SER MI ENAMORADA? de Carlos Vargas Veramendi
Cerré mis puños con fuerza, respiré hondo y me armé de valor. Había llegado el día, el segundo, el instante, la primera y más difícil expresión en la vida de todo hombre. Allí estaba, parado frente a la chica que encendía mi adolescencia, con un terremoto en mi pecho y a punto de pronunciar mi primera declaración de amor. Momento crucial para toda persona pues dicho acto comienza a definir a futuro nuestra manera de asimilar y entender el amor…
El gordo sería mi cómplice. Él con engaños sacaría a Jessica de la fiesta y entonces aparecería yo “casualmente” para quedarme con ella y decirle las palabras que tantas veces había ensayado las últimas madrugadas en mi habitación. El gordo sería pieza clave, quien mejor que él, mi mejor amigo, mi confidente, amigo cercano de Jessica y también su ex enamorado. Pero ese pasado suyo con ella jamás fue impedimento, por el contrario, el gordo hasta me dio clases de cómo debía enamorarla.
Y pudo el gordo finalmente convencerla y ambos salieron de la fiesta. Fui detrás de ellos tratando de controlar mis nervios para que todo salga bien. Esa noche del sábado cinco de junio debía ser imborrable.
La declaración tenía que ser fuera del local pues era lo suficientemente tímido para enfrentar una situación así y evitar que los demás se enteren. Dicho secreto moriría conmigo y con Jessica. Y con el gordo también.
El gordo nos dejó a solas conforme a mi plan mientras Jessica lucía desconcertada pues nunca tuvo siquiera la más remota sospecha de mis sentimientos. Cuando quiso volver a la fiesta la detuve. Hay algo que tengo que decirte…
Ahora que miro el pasado debo decir que mi plan era realmente estúpido pues no tuve mejor idea que contarle toda una larga historia en tercera persona (Según yo, para que ella no sospechara):
“Había una vez, en algún lejano lugar, un adolescente muy tímido que nunca se había enamorado hasta que conoció a una bella joven y entonces………..”
(Ya desde aquella época daba peligrosas señales de que pasaría mi vida contando historias).
Y luego de un extenso e intenso relato (en el que aprovechaba también para tocar algunos temas de la juventud y uno que otro asunto de la coyuntura social actual) el final sería:
“(..) y el joven tímido soy yo y la bella joven eres tú. Mi corazón está ilusionado, de ti me enamoré y deseo ser tu enamorado”.
(Con algo de rima para que parezca también poesía).
Cada palabra la tenía perfectamente memorizada. Eso sí, de ningún modo y bajo ninguna circunstancia, iba a caer en la huachafa, tonta y muy trillada pregunta que todos hacían: “¿Quieres ser mi enamorada?”. Sinceramente pensaba que aquellos que la decían merecían no sólo que les respondan que NO, sino vivir sin enamorada por el resto de su vida.
Pero lo que nunca previne en mi estratégico y muy elaborado plan fue que la sombra de nuestros cuerpos allá afuera se iba a ver reflejada a través de las ventanas del local donde se llevaba a cabo la fiesta. El gordo, al notarlo y antes que los demás se percaten, corrió hacia ese lado de la ventana y estacionó allí su prominente y rollizo cuerpo decidido a no moverse hasta que mi declaración terminara.
Lo que el gordo no sabía era que mi declaración era tan larga como el guión de una telenovela mexicana pues había pasado casi treinta minutos y recién estaba hablando de la época de los noventa, los talk shows y cómicos ambulantes, época en la que el joven muy tímido comenzaba a autodescubrirse y a sentir algo por la bella joven…
El gordo furioso no sabía si continuar allí parado privándose de la fiesta, abandonarme o salir a la calle a interrumpir mi cuento y agarrarme a cachetadas. Finalmente el gordo hizo lo que le guió su corazón. Se quedó allí estacionado en honor a la amistad que nos unía desde que éramos niños en la primaria, pero apenas apareció en la fiesta Pamela (la chica que le gustaba) el gordo me abandonó a mí y a mi sombra con una frase que me confesaría tiempo después y se haría inmortal: “Que se joda por huevón”.
Mientras tanto, allá afuera este huevón parecía estar proclamando la independencia del Perú (aunque ya sólo me faltaban los últimos capítulos que incluía la moda musical de los cuentos de la cripta y el Trá) sin advertir que dentro del local alguien notó nuestras sombras; sin advertir que dicho alguien avisó a todos y a los segundos apagaron la música de la fiesta para poder escucharnos mejor; sin advertir que mi cuento ahora era seguido por más de sesenta personas amontonadas detrás de la ventana; sin advertir que ese fin de semana me convertiría en el chico más popular de todo el colegio.
Cerré mis puños con fuerza, respiré hondo y me armé de valor. Había llegado el día, el segundo, el instante, la primera y más difícil expresión en la vida de todo hombre. Allí estaba, parado frente a la chica que encendía mi adolescencia, con un terremoto en mi pecho y a punto de pronunciar mi primera declaración de amor. Momento especial para toda persona pues dicho acto comienza a definir a futuro nuestra manera de asimilar y entender el amor:
“(..) y el joven tímido soy yo y la bella joven eres….”.
Pero de pronto fui brutalmente interrumpido por un coro masivo de jóvenes que aclamaban “QUE LO ACEPTE”, “QUE LO ACEPTE”, “QUE LO ACEPTE”... Fue lo más cerca que estuve de sentirme un artista famoso ya que jamás había sido ovacionado por una multitud con tanta bulla y júbilo.
Hay momentos en la vida de todo hombre que preferimos ser tragado vivo por la tierra. Yo en lugar de eso hubiese preferido arder en el infierno y ser ultrajado por el mismo satanás, en lugar de haber estado allí frente a todos. Mi más grande secreto se hizo público, algo íntimo que debía ser sólo mío, de Jessica y del maldito gordo. Pero eso no fue todo. Lo peor estaba recién por comenzar.
En la fiesta también estaba Lucho, el hermano mayor de Jessica y que por cierto me tenía bronca. Lucho salió a la calle como un toro salvaje decidido a partirme la cara y al menos un par de dientes.
Un gran tumulto se formó en la calle. Todo era un caos, mis amigos intentaban contener a Lucho, especialmente el gordo con su sobrepeso de culpabilidad. Y en ese enredo pude librarme de la multitud, acercarme hacia Jessica y más rápido que una ametralladora rusa le dije lo único que le podía decir en ese momento:
“El joven tímido soy yo y la bella joven eres tú……. Sabes que Jessica, olvídate de todo y mejor respóndeme algo: ¿Quieres ser mi enamorada?, ¡Pero apúrate por favor!, dime, dime, dime”.
Jessica estaba en shock, aun no comprendía como simplemente había salido un rato de la fiesta por insistencia del gordo y ahora no sólo veía al gordo siendo golpeado por su hermano sino que se había convertido en la principal protagonista de dicha fiesta.
Entonces Jessica se preparó para responderme. Encogí mi cuerpo, mis dedos, mi cuello y toda mi vida en esa respuesta cuyo final fue: “Te respondo mejor el lunes en el colegio pero ahora huye rápido por favor”.
Y así concluyó mi primera declaración de amor, aquel momento especial que iba a definir mi manera de asimilar y entender el amor. Había ensayado cada palabra y previne todas las situaciones, pero jamás imaginé que mi primera declaración de amor la iba a terminar de esa manera, corriendo a toda velocidad para proteger mi propia vida….
Aquel domingo por la mañana, al abrir mis ojos, sentía tanta vergüenza que no podía siquiera destaparme de la frazada. Preferí mantenerme oculto, sobreviviendo a mi estupidez y la vergüenza que carcomía mis entrañas y me repetían sin misericordia lo tonto que había sido.
Un montón de ideas me golpeaban. Primero, que mi más importante secreto fue la burla de todos (maldita la hora que no me di cuenta de nuestras sombras por las ventanas). Segundo, que Lucho tarde o temprano me iba a masacrar. Y tercero, más perturbador todavía, ¿Qué estaría pensando Jessica de mí en estos momentos? Quizás podía estar odiándome por haber causado tan bochornoso espectáculo.
Mi mamá me llamó a desayunar pero seguí debajo de mis almohadas con movimientos inútiles de impotencia. Seguramente ella me preguntará por la fiesta. No me sentía preparado para contarle que había sido el rey de la noche y no precisamente por mis cualidades en la pista de baile.
Estaba claro que no iba a poder esquivar las preguntas de mamá en el desayuno. Que mi corazón no iba soportar las veinticuatro horas de este domingo incierto, ni mucho menos aguantar el remolino intenso de culpas, temores, ansiedades, esperanzas y toda clase de sentimientos que me mataban pero que –sin saber explicarlo- me llenaban de vida al mismo tiempo. Aún era muy joven para comprender que los sentimientos que hoy nos matan, con el tiempo, dan vida a las más bellas historias que siempre querremos recordar.
VOLVAMOS A ESA NOCHE…
Corrí a toda velocidad hasta llegar sin respiración al cruce de la avenida Del Aire con Aviación. Mis amigos me alcanzaron, incluyendo el gordo quien tenía el rostro abollado. Tenía que replantear todo mi plan y ante tanta insistencia de ellos, acepté su ayuda.
Fuimos a “El Sabrosito”, una de las carpas de caldo de gallina más populares de la avenida Canadá y allí fijamos nuestro centro de operaciones. Pero no fuimos a “El Sabrosito” por mera casualidad. Jessica vivía al costado del restaurante. Mientras comíamos nuestro caldo de gallina con arroz chaufa, aguardábamos impacientes su llegada.
Mi amigo “El gringo” tuvo una idea:
“Cuando llegue Jessica la convenceremos de que venga a nuestra mesa y allí mismo que te dé una respuesta”.
La idea no parecía ser tan mala aunque para mi historia hubiese preferido un escenario más romántico y no una carpa donde vendan chaufa y den caldo de gallina de yapa.
Entonces mi amigo Juan tuvo una idea más singular:
“Si Jessica te acepta, como primer regalo de enamorados, le invitas un aeropuerto”.
Nos echamos todos a reír. Hasta que apareció Jessica.
Naturalmente apareció acompañada de su hermano Lucho e instintivamente todos nos arrojamos debajo de la mesa para escondernos hasta que finalmente ambos desaparecieron. No había tregua, todo se definiría el día lunes.
CUANDO TU PASADO Y PRESENTE SE UNEN CÓMPLICES
“Evité a mi mamá y terminé rápido de desayunar. Le dije que me sentía enfermo, total, razón no me faltaba. Sufría todos los síntomas de la peor de las enfermedades. Enfermedad esa que todos llaman amor. Y pasé el domingo entero refugiado en mi cama. No almorcé, apenas cené, sólo me puse a escribir, tal vez a modo de desahogo. Recordaré el domingo de hoy por ser el día más largo de mi vida y por dos preguntas que me mataban: ¿Qué pasará mañana lunes? y ¿Cómo recordaré en el futuro lo que me está pasando ahora?”.
Es increíble, jamás imaginé que casi diez años después todavía conservaría la hoja donde escribí cómo me sentía esa tarde; y -más increíble todavía- que terminaría escribiendo un cuento y compartiría en él aquellas líneas.
VEAMOS LO QUE PASÓ EL LUNES...
Llegué tarde al colegio. Lo hice a propósito pues a los que llegaban tarde se los llevaban al patio central para una hora de duros trabajos físicos con el instructor Charles quien era un ex militar y tipo amargado cuya única felicidad parecía ser jodernos la vida. Prefería mil veces lidiar con el salvajismo de Charles antes que ingresar a mi salón. No me sentía listo para ver el rostro de Jessica.
Entre los tardones habían muchos que fueron a la fiesta el sábado. Podía escuchar sus murmullos hacia mí; “él es”; “no es”; “sí es”; “él mismo”; “el gil que por declararse nos malogró toda la fiesta”; “¿Le llegaron a pegar?”; “ojalá le peguen”…
Mi rostro competía en furia con la del propio Charles.
Una hora después del castigo había que entrar a clases. Mientras caminaba con la multitud de tardones por el largo pasadizo (mi salón estaba en la última puerta del fondo), sentía que mi temperatura aumentaba. Era como acercarse a las puertas del averno. Algo me contuvo, simplemente no pude, rompí filas y me regresé abriéndome paso con golpes y tropezones entre el tumulto hasta lograr huir. “Viste que sí era”, “ojalá le peguen”…
Salí a toda prisa cruzando el patio y rogando a Dios que ningún profesor me viera, sobre todo Charles. Atravesé el campo de futbol hasta llegar al baño donde me escondí. Permanecí una hora encerrado en el baño y otra hora deambulando como fugitivo por los ambientes del colegio hasta que llegó la hora del recreo y pude pasar desapercibido.
Busqué al gordo y le pedí que citara a Jessica a la hora de salida en el parque Juan Pablo II. Pese a su insistencia, le expliqué que no iba a entrar a clases pero que por favor hiciera todo lo posible para convencerla pues yo estaré esperándola.
Y volví a mi papel de fugitivo después del recreo hasta ser descubierto por Carito. Carito era una niña de trece años que cursaba el segundo año de la secundaria (Yo estaba en quinto año de promoción) y que había conocido semanas atrás en la biblioteca cuando se me acercó a pedirme un libro. Era curioso porque sin buscarla siempre encontraba a Carito en todas partes. Su fragilidad y ternura despertaba en mí un sentimiento de protección.
Carito tenía clases de educación física pero al verme sospechoso por los interiores del colegio fue a mi encuentro. Nos fuimos a un rincón escondido y le conté toda mi historia, desde la fiesta, mi extensa declaración, de Lucho que me buscaba para pegarme, de no haber dormido anoche y mi cita hoy en el parque a la salida. Se lo conté tal vez por mi necesidad de hablar con alguien o quizás porque la quería convertir en mi amuleto, pero lo cierto es que la pequeña niña no dejaba de mirarme con atención y asombro, como si le estuviera contando su cuento favorito.
No esperaba ningún consejo de ella, bastaba su sola presencia. Aun así le pregunté su opinión sin tener mucha fe en lo que me respondería y fue entonces cuando Carito hizo algo extraño pero que le devolvió el alma a mi cuerpo.
Hizo un travieso ademán de meditación, me miró con sus bellos ojitos dormilones y dijo “Tienes que hacer lo que tu corazón te dice”. Pero no fue eso lo que me impresionó pues finalmente se trataba de una frase repetida incluso en muchas canciones. Fue la forma como lo dijo pues se acercó a mí con timidez y tocó inocentemente mi pecho con la palma de su mano. Su noble gesto me conmovió y provocó no sólo que mis demonios internos se calmaran, sino que recordara lo maravilloso que es tener el corazón lleno de amor por alguien.
Si Jessica me acepta como su enamorado, prometo buscarte para que seas la primera en saberlo –le respondí-
Y la dulce niña sonrió, iba a decirme algo pero fuimos interrumpidos por Charles quien fiel a su estilo me llevó de la nuca a mi salón de clases.
Nuevamente estaba en el pasadizo oscuro acercándome a las puertas del averno. Quería detener a Charles. Quizás podía apelar a su piedad si es que la tenía. Quizás si le contaba toda mi historia iba a entenderme. Quizás si se la contaba de la manera como se la conté a Carito podía convencerlo. Quizás si le tocaba delicadamente su pecho con la palma de mi mano iba a conmover a ese salvaje. Quizás si….. y la puerta de mi salón se abrió con una luz resplandeciente. Todos voltearon y allí estaba yo, mi ingreso triunfal, nada menos que sostenido de la nuca por Charles.
El salón enmudeció. Fue un raro silencio que sorprendió incluso a Charles. Caminé hasta mi carpeta que estaba detrás de la de Jessica. Pasé por su lado sin mirarla y me senté al lado del gordo. Percibí algunas mofas pero disimulé que nos las escuchaba.
El gordo me susurró que ya todo estaba arreglado pues había convencido a Jessica para que fuera al parque. Una alegría me invadió pero cuando me dijo que Jessica anduvo seria toda la mañana, tuve de pronto una mala corazonada.
Al sonido de la campana salí a toda prisa del colegio. “Allá va él”; “seguro corre porque le van a pegar”; “Ojalá le peguen”…. Mientras corría pude divisar a Carito cuya sonrisa reflejaba sus mejores deseos.
El parque Juan Pablo II estaba a unas diez cuadras del colegio y como no tenía ni treinta céntimos en el bolsillo que era lo que costaba el pasaje escolar por aquel tiempo, tuve que ir corriendo. Fui a lo largo de la avenida Canadá, crucé la casa de Jessica, el Sabrosito y la casa del gordo mientras mi velocidad aumentaba. Podía sentirme con alas.
Llegué al parque. Dos meses atrás celebré allí mismo mi cumpleaños. Ante la falta de dinero para ir a una discoteca, fui con mis amigos a ese parque con botellas de licor que sustrajimos indebidamente de nuestras casas. Actualmente he vivido varios cumpleaños, muchos de ellos en las discotecas más caras de Lima o colmado de placer en algún confortable hotel, pero de todos los cumpleaños, el mejor lo viví aquella noche en el parque Juan Pablo II, en la pobreza, vistiendo mi buzo del colegio, riéndome como loco con mis amigos y repitiendo ebrio que la vida real debiera parecerse más a un sueño.
Esperé impaciente a Jessica. Nuevamente un terremoto sacudía mi pecho. Faltaba poco para conocer el desenlace de esta historia. De pronto apareció Jessica. Lucía un rostro muy serio, tan lejos de la sonrisa que alguna vez hizo que me enamorara.
Esta vez me ahorré el discurso y lo hice más simple. Dije un “te quiero” y le pedí que me respondiera lo que su corazón le decía. Se lo dije tocando delicadamente su pecho con la palma de mi mano. Mi gesto hizo que se ruborizara y soplara un suspiro tierno. Me observó con detenimiento, como creyendo en las oportunidades, y respondió que sí aceptaba ser mi enamorada.
Y así fue como ambos, después de todos estos abruptos acontecimientos, iniciamos una relación que hoy ocupa un lugar especial para nosotros. Tanto es así que ella ha sido inspiración de algunos de los mejores cuentos que he escrito.
FIN
Historia detrás de una historia
Tres años después de aquella tarde de junio, volví al colegio en busca de alguien.
Me quedé en la puerta esperándola y ella, al reconocerme, vino corriendo hacia mis brazos. Era Carito quien se había convertido en una atractiva señorita de dieciséis años, aunque para mis ojos conservaba el encanto de niña dulce que siempre vi en ella.
La busqué no sólo porque sabía que en pocos días terminaría el colegio (nuestro único nexo), sino porque me contaron que se iría a vivir a Estados Unidos.
Caminamos a paso lento por las calles de su presente que guardaban mi mejor pasado.
¿Estás con alguien? – me preguntó con su inocente picardía.
Sí – le respondí – Es alguien de la universidad.
¿Y Jessica? – me replicó –
Ahora somos amigos. ¿Recuerdas ese día en el patio cuando te conté que me iba a declarar? Pues Jessica me respondió que sí. Te busqué para contártelo porque tenías que ser la primera, pero no te volví a ver por ninguna parte.
Sí lo supe – me enfatizó con un tono más serio en su voz.
Te voy a contar un secreto –me dijo-
“Aquel día fui al parque Juan Pablo II y me escondí a varios metros entre unos árboles. Es más, ahora que recuerdo, te vi antes corriendo como loquito por la avenida Canadá lo cual me pareció raro pues podías tomar un micro. Pero bueno, llegué al parque y me escondí. Quería saber la respuesta de Jessica. Si te decía que no, me juré que iba a acercarme a ti para consolarte. Aunque al final vi que se besaron y se fueron juntos de la mano. Entonces me quedé llorando entre los árboles”.
¿Llorando? ¿Por qué? – pregunté con cierta intuición en su respuesta.
Es que nunca te lo había dicho pero vivía muy enamorada de ti por aquellos años.
Al escuchar cada palabra que salía de sus labios y la belleza de sus ojitos dormilones, por primera y única vez en mi vida, me sentí el hombre más halagado del planeta.
Y con un brillo de entristecida sinceridad Carito continuó hablando.
“Ahora tengo mucho miedo de irme a Estados Unidos. No quisiera irme pero mis padres me obligan y te juro que no sé lo que voy a hacer allá”.
Sólo existía una palabra en el universo que podía decirle.
“Haz siempre lo que tu corazón te dice”. Y se lo dije acercándome tímidamente a ella y tocando delicadamente su pecho con la palma de mi mano, tal como ella años atrás curó todos mis miedos.
Este gesto de cariño y esperanza que aprendí de Carito lo practico hasta hoy y me ha permitido más de una vez transmitir paz a quienes la necesitaban, como a esos bellos ojitos dormilones que sonrieron ante mi gesto y me abrazaron. Ojitos que se despidieron de mí ese día y nunca más volví a ver.
Autor: Carlos Vargas Veramendi - El Sueño de Robinson
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